Extracto libro: "El AMOR Más Grande"
Madre TERESA de Calcuta...
La oración está en todo, en todos
los gestos.
Madre Teresa
¿Por qué dormís? Levantaos y orad…
Jesús a sus discípulos dormidos en el huerto de los
olivos
Lucas 22:46
v
No
creo que haya nadie que necesite tanto de la ayuda y gracia de Dios como yo. A
veces me siento impotente y débil. Creo que por eso Dios me utiliza. Puesto que
no puedo fiarme de mis fuerzas, me fío de Él las veinticuatro horas del día. Y
si el día tuviera más horas más necesitaría su ayuda y la gracia. Todos debemos
aferrarnos de Dios a través de la oración.
Mi
secreto es muy sencillo: La oración. Mediante la oración me uno en el amor con
Cristo. Comprendo que orarle es amarlo.
En
realidad sólo hay una verdadera oración, una sola oración importante: el propio
Cristo. Una sola voz que se eleva por encima de la tierra: La voz de Cristo. La
oración perfecta no se compone de muchas palabras sino del fervor del deseo que
eleva el corazón hacia Jesús.
Ama
para orar. Siente la necesidad de orar con frecuencia durante el día. La
oración agranda el corazón hasta que éste es capaz de contener el regalo de
Dios de sí mismo. Pide, busca, y el corazón te crecerá lo suficiente para
recibirlo y tenerlo como tuyo propio.
Deseamos
con todas nuestras fuerzas orar bien y no lo conseguimos; entonces nos
desalentamos y renunciamos. Para orar mejor hay que orar más. Dios permite el
fracaso pero no le gusta el desaliento. Quiere que seamos más infantiles, más
humildes, más agradecidos en la oración; que recordemos que todos pertenecemos
al cuerpo místico de Cristo, que está siempre en oración.
Es
necesario que nos ayudemos los unos a los otros con nuestras oraciones.
Liberemos nuestra mente; no recitemos oraciones largas, sino cortas y llenas de
amor. Oremos por aquellos que no oran. Tengamos presente que si queremos ser
capaces de amar debemos orar.
La
oración que procede de la mente y el corazón se llama oración mental. Nunca
olvidemos que vamos rumbo a la perfección y que debemos aspirar a ella
incesantemente. Para alcanzar ese objetivo, es necesario practicar cada día la
oración mental. Dado que la oración es el aliento de vida para nuestra alma, la
santidad es imposible sin ella.
Sólo
mediante la oración mental y la lectura espiritual podemos cultivar el don de
la oración. La simplicidad favorece enormemente la oración mental, es decir,
olvidarse de sí misma trascendiendo el cuerpo y los sentidos y haciendo
frecuentes aspiraciones que alimenten nuestra oración. San Juan Vianney dice:
“Para practicar la oración mental cierra los ojos, cierra la boca y abre el
corazón”. En la oración vocal hablamos a Dios; en la mental Él nos habla a
nosotros; se derrama sobre nosotros.
Nuestras
oraciones deberían ser palabras ardientes que provinieran del horno de un
corazón lleno de amor. En tus oraciones habla a Dios con gran reverencia y confianza. No te quedes
remoloneando ni corras por delante; no grites ni guardes silencio, ofrécele tu
alabanza con toda el alma y todo el corazón, con devoción, con mucha dulzura,
con natural simplicidad y sin afectación.
Por
una vez permitamos que el amor de Dios tome absoluta y total posesión de
nuestro corazón; permitámosle que se convierta en nuestro corazón, como una
segunda naturaleza; que nuestro corazón no permita la entrada a nada contrario,
que se interese constantemente por aumentar su amor a Dios tratando de
complacerlo en todas las cosas sin negarle nada; que acepte de su mano todo lo
que le ocurra; que tenga la firme determinación de no cometer jamás una falta
deliberadamente y a sabiendas, y que si alguna vez la comete, sea humilde y
vuelva a levantarse inmediatamente. Un corazón así orará sin cesar.
La
gente está hambrienta de la palabra de Dios para que les dé paz, unidad y
alegría. Pero no se puede dar lo que no se tiene, por lo que es necesario
intensificar la vida de oración.
Sé
sincero en tus oraciones. La sinceridad es humildad y ésta solo se consigue
aceptando las humillaciones. Todo lo que se ha dicho y hemos leído sobre la
humildad no es suficiente para enseñarnos la humildad. La humildad solo se
aprende aceptando las humillaciones, a las que nos enfrentamos durante toda la
vida. Y la mayor de ellas es saber que uno no es nada. Este conocimiento se
adquiere cuando uno se enfrenta a Dios en la oración.
Por
lo general, una profunda y ferviente mirada a Cristo es la mejor oración: yo le
miro y Él me mira. Y en el momento en que te encuentras con Él cara a cara
adviertes sin poderlo evitar que no eres nada, que no tienes nada.
v
Es
difícil orar si no se sabe orar, pero hemos de ayudarnos. El primer paso es el
silencio. No podemos ponernos directamente ante Dios si no practicamos el
silencio interior y exterior.
El
silencio interior es muy difícil de conseguir, pero hay que hacer el esfuerzo.
En silencio encontramos nueva energía y una unión verdadera. Tendremos la
energía de Dios para hacer bien todas las cosas, así como la unidad de nuestros
pensamientos con sus pensamientos, de nuestras oraciones con sus oraciones, la
unidad de nuestros actos con sus actos, de nuestra vida con su vida. La unidad
es el fruto de la oración, de la humildad, del amor.
Dios
nos habla en el silencio del corazón. Si estás frente a Dios en oración y silencio, Él te hablará; entonces sabrás que
no eres nada. Y sólo cuando comprendemos nuestra nada, nuestra vacuidad, Dios
puede llenarnos de sí mismo. Las almas de oración son almas de gran silencio.
El
silencio nos da una perspectiva acerca de todas las cosas. Necesitamos silencio
para llegar a las almas. Lo esencial no es lo que decimos sino lo que Dios nos
dice y lo que dice a través de nosotros. En el silencio Él nos escucha; en el
silencio Él habla al alma y en el silencio escuchamos su voz.
Escucha
en silencio, porque si tu corazón está lleno de otras cosas no podrás oír su
voz. Ahora bien, cuando le hayas escuchado en la quietud de tu corazón,
entonces tu corazón estará lleno de Él. Para esto se necesita mucho sacrificio,
y si realmente queremos y deseamos orar hemos de estar dispuestos a hacerlo
ahora. Estos sólo son los primeros pasos hacia la oración, pero si nos
decidimos a dar el primero con determinación, nunca llegaremos al último: la
presencia de Dios.
Esto
es lo que hemos aprendido desde el principio: a escuchar su voz en nuestro
corazón y a que en el silencio del corazón Él nos hable. Así, de la plenitud
del corazón tendrá que hablar nuestra boca. Esa es la conexión. Dios habla en
el silencio del corazón y uno ha de escucharlo. Después, de la plenitud del
corazón, que está lleno de Dios, lleno de amor, lleno de compasión, lleno de
fe, hablará la boca.
No
hay que olvidar que antes de hablar es necesario escuchar; sólo así hablaremos
a partir de la plenitud del corazón y entonces Dios nos escuchará.
Las
personas contemplativas y los ascetas de todos los tiempos y religiones han
buscado a Dios en el silencio y la soledad de los desiertos, selvas y montañas.
El propio Jesús pasó cuarenta días en el desierto y en las montañas comulgando
durante largas horas con su Padre en el silencio de la noche.
Nosotros
también estamos llamados a retirarnos cada cierto tiempo para entrar en el
silencio y la soledad más profunda con Dios. Juntos como comunidad o también
individualmente como personas, para estar a solas con Él, alejados de nuestros
libros, pensamientos y recuerdos, totalmente despojados de todo, para vivir
amorosamente en su presencia, silenciosos, vacíos, expectantes, inmóviles.
A
Dios no lo podemos encontrar en medio del ruido y la agitación. En la
naturaleza, los árboles, las flores y la hierba crecen en silencio; las
estrellas, la luna y el sol se mueven en silencio. Lo esencial no es lo que
decimos sino lo que Dios nos dice a nosotros y a través de nosotros. En el
silencio Él nos escucha; en el silencio Él habla a nuestras almas. En el
silencio se nos concede el privilegio de escuchar su voz.
Silencio
de los ojos,
Silencio
de los oídos,
Silencio
de la boca,
Silencio
de la mente.
…En
el silencio del corazón Dios habla.
Es
necesario el silencio del corazón para poder oír a Dios en todas partes, en la
puerta que se cierra, en la persona que nos necesita, en los pájaros que
cantan, en las flores, en los animales.
Si
cuidamos el silencio será fácil orar. En las historias y escritos hay
demasiadas palabras, demasiada repetición, demasiada machaconería. Nuestra vida
de oración sufre mucho porque nuestro corazón no está en silencio.
Guardaré
el silencio de mi corazón con mayor cuidado para oír sus palabras de consuelo
en el silencio y para consolar a Jesús en su sufridor disfraz de pobre desde la
plenitud de mi corazón.
v
La
verdadera oración es unión con Dios, unión tan esencial como la de la vid y los
sarmientos, que es la imagen que nos ofrece Jesús en el evangelio de San Juan.
Necesitamos la oración; necesitamos que esa unión produzca buenos frutos. Los
frutos son lo que elaboramos con nuestras manos, ya sea alimento, ropas, dinero
u otra cosa. Todo eso es el fruto de nuestra unión con Dios. Necesitamos una
vida de oración, de pobreza y de sacrificio para hacerlo con amor.
El
sacrificio y la oración se complementan. No hay oración sin sacrificio ni
sacrificio sin oración. Al pasar por este mundo Jesús vivió en intima unión con
su Padre. Es necesario que nosotros hagamos lo mismo. Caminemos a su lado.
Hemos de dar gracias a Cristo por utilizarnos, por ser su palabra y sus obras,
por compartir su alimento y su ropa con el mundo actual.
Si
no irradiamos la luz de Cristo a nuestro alrededor, aumentará la sensación de
oscuridad que prevalece en el mundo.
Estamos
llamados a amar el mundo. Dios lo amo tanto que dio a Jesús. Hoy ama tanto al
mundo que nos da a ti y a mí para que seamos su amor, su compasión y su
presencia, mediante una vida de oración, de sacrificio, de entrega a Él. La
respuesta que te pide es que seas contemplativo.
Si
creemos las palabras de Jesús, todos somos contemplativos en el corazón del
mundo, porque si tenemos fe estamos continuamente en su presencia.
Mediante
la contemplación el alma extrae las gracias directamente del corazón de Dios,
gracias que la vida activa debe distribuir. Nuestra vida ha de estar conectada
con el Cristo que vive en nosotros. Si no se vive en la presencia de Dios no se
puede continuar.
¿Qué
es la contemplación? Vivir la vida de Jesús. Eso es lo que yo entiendo. Amar a
Jesús, vivir su vida en nosotros, vivir nuestra vida en la suya. Eso es
contemplación. Hemos de tener el corazón limpio para poder ver; nada de
envidias, nada de rivalidad y, sobre todo, nada de dureza. Para mí la
contemplación no es estar encerrada en un lugar oscuro sino permitir que Jesús
viva su pasión, su amor, su humildad, orando con nosotros y santificando a
través de nosotros.
Nuestra
contemplación es nuestra vida. No es cuestión de hacer sino de Ser. Es la
posesión de nuestro espíritu por el Espíritu Santo que nos insufla la plenitud
de Dios y nos envía a transmitir a toda la creación su mensaje personal de
amor.
No
perdamos el tiempo buscando experiencias extraordinarias en nuestra vida de
contemplación, y vivamos por la pura fe, siempre vigilantes y dispuestos para su
venida cumpliendo nuestros deberes cotidianos con extraordinario amor y
devoción.
Dicho
de una manera sencilla, nuestra vida de contemplación es comprender la
presencia constante de Dios y su tierno amor por nosotros en las cosas más
insignificantes de la vida. Estar siempre disponibles para Él, amarlo con todo
el corazón, toda la mente y todas nuestras fuerzas, sea cual sea la forma como
se nos presente. ¿Se dirigen tu corazón y tu mente a Jesús tan pronto como te
despiertas por la mañana? Eso es oración, volver la mente y el corazón hacia
Dios.
La
oración es la vida misma de la unidad, de ser uno con Cristo. Por lo tanto, la
oración es tan necesaria como el aire, como la sangre del cuerpo, como todo,
para mantenernos vivos en la gracia de Dios. Orar con generosidad no es
suficiente; hemos de orar con devoción, con fervor y piedad. Hemos de orar con
perseverancia y gran amor. Si no oramos, nuestra presencia y nuestras palabras
no tendrán ningún poder.
Necesitamos
oraciones para realizar mejor la obra de Dios, para saber el modo de estar en
todo momento y totalmente a su disposición.
Deberíamos
esforzarnos por caminar en presencia de Dios, verle en todas las personas con
las que nos encontramos, vivir nuestra oración a lo largo del día.
El
conocimiento de nosotros mismos nos hace arrodillarnos, y eso es muy necesario
para amar. Porque el conocimiento de Dios produce amor, y el conocimiento
propio, humildad. San Agustín dijo: “llenaos primero vosotros; sólo entonces
podréis dar a los demás”.
Conocerse
es también una protección contra el orgullo, sobre todo cuando se presentan
tentaciones en la vida. El mayor error es pensar que uno es demasiado fuerte
para caer en tentación. Pon la mano en el fuego y te quemarás. Así tenemos que
pasar por el fuego. Las tentaciones son permitidas por Dios. Lo único que
tenemos que hacer es negarnos a ceder.
v
Para
que sea fructífera, la oración ha de proceder del corazón y ser capaz de tocar
el corazón de Dios. Veamos como Jesús enseñó a orar a sus discípulos. Yo creo
que cada vez que decimos “Padre nuestro”, Dios se mira las manos, donde nos
tiene grabados. (“He aquí que te tengo grabada sobre las palmas de las manos,
[Sión]” Isaías 49:16.) Se mira las manos y nos ve allí. ¡Qué maravillosa la
ternura y el amor de Dios!
Si
rezamos el Padre nuestro y lo vivimos, seremos santos. Todo está ahí: Dios, yo
misma, mi prójimo. Si perdono, podré ser santa y orar. Todo esto procede de un
corazón humilde, y si lo tenemos conoceremos la manera de amar a Dios, de
amarnos a nosotros mismos y amar a nuestro prójimo. No es nada complicado, y
sin embargo nos complicamos muchísimo la vida, con tantas adicciones. Sólo una
cosa importa: ser humildes y orar. Cuanto más oremos, mejor oraremos.
Un
niño no tiene ninguna dificultad a la hora de expresar lo que pasa por su mente
pequeña con palabras sencillas llenas de significado. Como Jesús le dijo a
Nicodemo, hemos de ser como niños. Si oramos el evangelio permitimos que Cristo
crezca en nosotros. Así pues, oremos como ellos, con fervoroso deseo de amar mucho
y de hacer que se sienta amada la persona que no lo es.
Todas
nuestras palabras no tendrán efecto a menos que salgan de dentro. Las palabras
que no aumentan la luz de Cristo aumentan la oscuridad. Actualmente más que
nunca, necesitamos orar por la luz para conocer la voluntad de Dios, por el
amor para aceptar su voluntad y por el modo de hacer la voluntad de Dios.
“Para mi orar significa dar un salto de corazón hacia Dios; un grito de
amor agradecido desde la cima de la alegría o desde el fondo de la desesperación;
es una fuerza inmensa, sobrenatural que me abre el corazón y me une a Jesús”
Santa Teresa De Lisieux.
“Por lo tanto os digo: todo cuanto pidiereis, creed
que lo recibiréis y se os dará”
Jesús, (Marcos 11:24)
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